Me encanta el verano. Volver de Buenos Aires, y que me espere este calorcito, Madrid con sus terrazas, los días largos, la gente de buen humor. Me encanta, no quiero que termine. Pero la verdad verdadera, es que me da miedo que termine. Porque siento que es lo que me mantiene de buen humor para aguantar la lejanía, la vuelta.
Es verdad que cada vez me siento más en casa. Uno ya tiene historias propias en el lugar. Madrid, en cierto modo, me empieza a pertenecer. A lo mejor eso también me da miedo. Al principio (y esto lo hable con alguien, no me acuerdo quién, y creo que fue una buena aproximación de lo que me pasa) sentís que no tenés pasado, no sos “nadie”. Porque hables de lo que hables, nadie sabe dónde está Avenida La Plata y Cruz, y los motivos por los que pasaba por allí. Nadie entiende que es haber ido al “Acosta”, nadie sabe de qué le hablás cuando contás las tardes en las que tomabas mate en la “parlante” (biblioteca de la facu), ni cómo bailaba en “Cinema”, o cuando me fui de campamento al sur…
Pero como decía, hay cada vez más historias. Yo ya llevo a la gente que me visita a comer a sitios que me gustan, que conozco, que descubrí paseando por mi Madri.
Y me da miedo. Me da miedo olvidarme de Buenos Aires, me da miedo no quererlo más.
Pero como decía, hay cada vez más historias. Yo ya llevo a la gente que me visita a comer a sitios que me gustan, que conozco, que descubrí paseando por mi Madri.
Y me da miedo. Me da miedo olvidarme de Buenos Aires, me da miedo no quererlo más.